Acerca de este lugar

El señor Walter Diaz Ramos en 1872, nos cuenta la historia popular de una familia que tenía animales, pero ya no había lugares donde pastar y un día el hijo de esta familia les comentó que había un lugar cerca de una laguna donde había abundante pasto fresco, rico, grande y mucha agua. Dijo la madre: Cuidado con acercarse a la laguna baja, esa laguna es encantadora, ha tragado mucha gente y animales, terció doña Margarita, esposa de don Pedro. El padre también trató de persuadir a su hijo para que no fuera a ese lugar. Pero éste no hizo caso a sus padres. El joven enrumbó destino llevando consigo a Barroso, su toro engreído, y una cuerda de pescar. Todo transcurrió con tranquilidad así que decidió retornar a casa. Cuando llegó, la madre corrió alborozada a abrazar a su vástago, como si regresara después de mucho tiempo. Alejandro les comentó que no le había pasado nada y que iba a regresar nuevamente. Pero sus padres le negaron el permiso. Pese a todo, fueron varias veces las que el joven fue a la laguna y retornó sin novedad. Pero cierto día, Alejandro y Barroso llegaron al lugar. La rutina parecía ser la misma. Luego, decidió descansar un momento bajo los rayos del sol, rápidamente quedó dormido, recostado sobre el forraje. De pronto, un fuerte ruido que venía desde la laguna lo despertó y pudo ver como una trucha gigante saltaba y cayó sobre las aguas; la asombrosa fuerza del animal rompió el cordel y desapareció. Alejandro tuvo miedo porque la neblina y la llovizna empezó a cubrir la laguna. Asombrado, vio como las aguas cambiaban de color y se iba formando una espuma blanca producto del fuerte oleaje; la laguna empezó a bramar, por lo que Barroso se incomodó, pues aquel ruido era parecido al de una vaca. De pronto vio como las aguas se partieron en dos, formando un camino lleno de hermosísimas flores. Al fondo pudo ver un brillante e imponente castillo dorado, frente al cual había una hermosa vaca. Barroso saltaba y saltaba, estaba enloquecido, y de tanto esfuerzo y bruscos movimientos, el collar de hilos se rompió y cayó al suelo. El toro desprotegido entró corriendo por el camino de flores; el muchacho desesperado intentó ir tras él, pero repentinamente un anciano extendió el brazo y lo detuvo. Las aguas se cerraron y todo volvió a la normalidad. Alejandro desfalleció y se desplomó sobre el pasto. No lo encontraron a lo largo del camino entonces lo buscaron por alrededor de la laguna hasta encontrarlo desfallecido. Lo llevaron a su casa y en su vivienda, Margarita, la madre, preparó una pócima bueno para el mal aire. Sin embargo, los esfuerzos parecían vanos. Alejandro no reaccionaba, solamente hacía ligeros movimientos en las extremidades. Entonces mandaron llamar a una curandera quien tocó la frente y el pulso al paciente; luego puso el oído sobre el pecho de Alejandro, haciendo gestos de aprobación. Y dijo: Es un fuerte aire de huaca y preguntó ¿ha encontrado algún objeto de oro? Los padres le comentaron a la curandera que su hijo estaba en la laguna con su toro, Barroso. Y que no se sabía nada del toro. La laguna ha encantado al toro, seguro lo ha encantado, dijo doña Noema, la curandera. Vamos al lugar donde encontraron a Alejandro; lleven una de las prendas que llevaba puesta al momento del encantamiento. Partieron y en el lugar, la longeva curandera encontró el collar de hilos con el ajo que el toro había llevado en el cuello. Y dijo que el toro había estado desprotegido. ¡Qué bien! dijo la anciana dirigiéndose a los padres, su hijo se sanará, ha estado protegido el muchacho, poco a poco irá recuperando la salud. ¡Laguna de agua pura!, ¡laguna agua de colores!, ¡laguna de aguas pacificas!, ahí te entrego a Barroso, por encargo de Alejandro, para que te cuide y te acompañe. ¡Toro!, ¡torito, Barrosito!, ahí está tu laguna, hoy te la entrego, es toda tuya con toda su riqueza. Desde ahora será llamada la Laguna Del Toro. Cuando regresaron a casa, encontraron al joven sentado conversando con sus hermanos.